Un galpón donde vive el tiempo silenciado,
donde la virgen de Lujan te saluda
y donde la mayoría de los muebles
huelen como el abuelo,
con madera de historia centenaria
reluciendo a plena vista, y agazapada
entre renovaciones baratas
a traves de pasillos
donde los cachivaches
y la modernidad se abrazan
en un lento canto
al susurro de la vitrola.
En estos corredores,
el vino barato, el mate y el café
circulan por la sangre de sus
habitantes transientes y sedentarios.
Los vendedores son gente de barrio
salida de un cuento de hadas.
Los compradores, inconsecuentes
e importantes como el piso mismo.
Estos pasillos nos permiten
envejecer sin remordimientos.
Estos objetos milenarios,
cuentan constancia
del ayer olvidado,
como marcas de lápices en
las paredes de nuestra infancia;
haciendo hincapiés a nuestras distintas alturas
inclusive aquellas que éramos muy inexistentes para conocer.
Un epíteto lee:
“Castillo protegido por
caparazón de chapa
donde habita
el polvo de muchos,
el pan de algunos,
antiguas maquinas de arcade,
un universo de alfombras,
un reino de candelabros prístinos,
varios ramilletes de revistas añejadas,
y en general,
toda la marimbola.”
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