Dedicado a mi país y a Gabriel Garcia Marquez
Nadie esperaba que el país regresara a lo que era antes. Pero nadie pensó que la transformación fuese tan letárgica, tan monótona, tan dolorosa.
Todos estábamos confundidos.
Por ejemplo, hablemos de las madres. Durante la dictadura, muchas fueron secuestradas, arrojadas a la parte de atrás de una camioneta, donde dieron a luz a quintuples. Después, en vez de sacar la basura, amamantan el pan y tiran bolsas de plástico blancas con bebes vivos en la calle.
Las líneas telefónicas espían a las dos de la mañana, buscando complots silenciosos, y paranoias que no aparecen. Los cuartos de interrogación reverberaban, inclusive cuando nadie más esta ahí.
En las casas de familia, las puertas de madera se despedazan, por costumbres conocidas.
La familia desconcertada se reúne en el living room, levantando las manos cuando rifles invisibles los amenazan y los acusan a gritos sobre crímenes inciertos e improbables.
Los artistas pintan colores de miedo, y utilizan pigmentos de sudor de sus frentes, con la ansiedad de que sea el color de su sangre, la última pincelada de su obra perfecta. Los amantes de la música la codifican y decodifican, con el miedo de alguien que teme ahogarse en la basura.
Debajo de sus cantos apagados, un murmullo se oye, un murmullo que crecerá como un tallo verde contra el marfil, un brillo de sol dorado y de esperanza que amedrentara las pupilas. El dolor sera necesario, porque en este mundo, el sol también esta confundido. La neblina lo esconde, y las personas no le prestan atención, y el cielo no sabe que esta arriba.
De nada sirve que sea primavera si la gente no lo sabe. La paz no puede ser verdadera si no puedes sentirla en ti mismo.
Esto lo sabían los niños, pero no los adultos. Tampoco lo sabían los tachos de basura municipales, verdes y blancos.
En uno de esos tachos municipales, encontré mi cuerpo.
Boca arriba, pies y manos tratando de tocar el cielo, como un perro descansando, y confundiendo el cielo con bolsas de consorcio, llenas de sueños y muertos inocentes.
En esta confusión, la gente vive un invierno que transcurre, pero no ocurre.
En este invierno, el gobierno le da comida a la gente, y la gente mira al pan desconcertado, y se tiran al piso, y se quejan del hambre. En este mundo las escuelas no saben que pueden cambiar el currículo, y los jovenes no saben, que deben sacarse los zapatos antes de entrar en la ducha.
Aquellos con buenas y malas intenciones se mezclaron, y no se desconocieron. Los políticos y los tacheros, los ricos y los pobres, somos todos los mismos, y así es más fácil engañarnos a nosotros mismos.
Mi último vestigio de claridad desaparece, y desde arriba, intento levantar las bolsas de consorcio para ver a mi cuerpo pero son muy pesadas y yo soy ya muy etéreo.
Las ratas y zorrinos me ayudan, después los niños, y después las abuelas de la plaza de mayo.
Traen mi cuerpo en frente del obelisco, y me inmolan los recuerdos, mientras que mis cenizas vuelan a los pulmones de Videla.
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